Las banderas de España y Argentina son un ejemplo de la cocina hispanoporteña |
Los jamones y las trenzas de ajo colgando del techo son un sello del bodegón |
Este bodegón se encuentra en
Combate de los Pozos 95, Congreso, y está abierto todos los días, tanto al
mediodía como a la noche. La tranquilidad visual no cesa cuando uno se sienta,
sino que aumenta al ver la carta, que tiene más de cien platos a disposición.
Cuando la comida llega a la mesa queda al descubierto la verdadera porción
porteña. Es realmente impactante en tamaño y cantidad.
La gran taberna comienza su actividad en 1976 y desde ese entonces ofrece lo mejor de la comida
hispanoporteña: tortillas, arroces con mariscos, rabas, puchero, mondongo y
paellas. Y tiene un plus: este local es uno de los pocos de la ciudad que
ofrece con continuidad perdices, vizcachas y liebres.
Si hay algo muy interesante
con respecto a los mozos del bodegón, es que recuerdan los pedidos sin anotar.
Hay muchas mesas, y el espacio es bastante reducido entre una y otra, pero es
un detalle irrelevante, porque es propio de la esencia de este lugar.
Mario Baranzuk, mozo de La gran taberna desde hace ocho años,
trabaja todo el día, y conoce cada uno de los 416 platos que componen la carta.
"Este bodegón, que está ubicado a metros del Congreso Nacional, además de
los clientes habituales y los turistas, siempre estaba lleno de legisladores,
que en sus largas sesiones tomaban un tiempo de receso, y muchos de ellos lo
aprovechaban comiendo en este lugar. Y estaba continuamente lleno de gente.
Actualmente, como las condiciones políticas son otras y se vota rápidamente,
los diputados y senadores se retiran y no paran a almorzar o cenar",
cuenta Baranzuk, mientras se despide de los clientes de la última mesa que
queda a las 17. “Lo que define al bodegón es la sensación de pertenencia a la ciudad, que transmite a través de la abundancia y accesibilidad de su comida, de su ambiente y de la tipología de clientes que lo frecuenta. Es un lugar para todos. Sin excepciones”, narra Pietro Sorba en la tercera edición de su libro titulado Bodegones de Buenos Aires.
“Ojalá que fluya. Que vengan todos los que quieran a probar
nuestros platos. Es un gusto para nosotros”, sonríe contento, relajado,
Baranzuk, que vuelve a trabajar en dos horas. Por ahora, lo único que desea es
sacarse el moñito del traje y sentarse un rato.
Mario Baranzuk, uno de los mozos con mayor antigüedad en el lugar |
Sin dudas, ir a comer a un bodegón no significa simplemente “comer”. Significa, nada más y nada menos que experimentar un par de horas de inolvidable y auténtica vivencia porteña.
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